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La lista de exceptuados (8 de 8)

8 relatos de Ángeles Salvador

La lista de exceptuados (8 de 8)

8. La médica moribunda 

Antes de entrar en la sedación definitiva, grabé unos videos concientizadores desde la terapia intensiva, con la bigotera de oxígeno puesta y el camisolín abierto en el pecho. Me lo pidió Mechi, la más linda de todas mis ex. Amiga, colega, mi sabuesa, como le decía yo. Nos conocimos haciendo la residencia en el Hospital de Clínicas. Vivimos juntas cuatro años durante los que transformé nuestra pareja en un infierno de tiranía. Me dijo basta el día que la empujé contra el pasillo porque no había barrido los pelos del gato. Yo entendí y le di mi escritura inmobiliaria en garantía para que se pueda alquilar un lugar donde vivir. Ese día decidí hacer algo para dejar de tomar, cosa que lograría mucho después, cuando conocí a Paula. Paula es el amor de mi vida, hasta tuvimos el proyecto de inseminarnos y embarazarnos por turnos, y tener dos bebés. Congelamos cada una sus óvulos con unas amigas mías, referentes en fertilidad. Iba a gestar primero yo que soy diez años mayor.

Estábamos averiguando eso cuando llegó el coronavirus. El alerta. Las reuniones. Los protocolos. Las medidas. Ayer Mechi me pidió el video póstumo. Siempre fue muy correcta y entusiasta en crear conciencia social. Siempre juntando firmas y organizando asambleas. Paula, en cambio, era más atormentada, como yo. Más joven y fresca, nada que ver con la medicina. Paula es violinista. Calzamos lo mismo y nos usamos los zapatos, creo que nos unió mucho. Es más, hay un refrán para eso.

El 8 de abril tuvimos el primer covid en el hospital, paciente varón de 79 años , en diálisis desde hacía siete, en lista de espera, asmático. Lo atendí yo en la terapia. Hubo un momento en el que hice algo mal. Creo, creo que fue cuando se enganchó el guante en una cadena de oro que tenía el paciente. Trato de acordarme. Tal vez no. Debe ser como cuando las mujeres pakis sospechan que se les pinchó el condón, pero a la vez no saben. Después me olvidé, después el test dio positivo y nos aislaron. Me quedé en casa: yo en el cuarto y Paula en el living. Me traía comida. Y me hablaba desde el pasillo con barbijo. Mientras chateaba con los directores del hospital y disfrutaba sin síntomas me puse a leer a Pizarnik. Nunca me había gustado del todo, pero ahora, al final, era como que jamás nadie había tenido tanta razón, como si mi corazón hubiera hecho telepatía con el corazón superior de Alejandra. Me gustaría escribir sobre “La taxonomía de Pizarnik durante el periodo de incubación del SARS-CoV-2” para contarlo en algún congreso médico si no tuviera los pulmones craquelados con el virus. Y empezar con este epígrafe de ella:  Es el miedo,/ el miedo con sombrero negro / escondiendo ratas en mi sangre, / o el miedo con labio muertos / bebiendo mis deseos.

Bueno, que eran los prolegómenos de mi muerte. El 15 de abril empecé con anosmia y disgeusia, tuve 39 desde la mañana, un gancho en la nuca, le dije a Paula que hiciera una de esas compras nerviosas de acopio. Empeoré el 16 y el 17 también. El director del hospital y yo decidimos mi internación. Le di a Paula instrucciones para mi muerte. Un nota ridícula donde le donaba mis óvulos, firmada con mi mano tiritando que me llenó de emoción trascendental, pero no me dio tiempo de soñar la cara ni el nombre de ningún hijo, de ninguna hija de Paula. Le dije que me despidiera de mi padre. Que le diga que lo amaba. Y que el departamento se lo den a mis sobrinos si podían encontrarle la vuelta sucesoria. Y que no llore. Tuve mis dudas, igualmente, tal vez yo exageraba: tuve una esperanza de sobrevida cuando me acordé de ese chico en la Bazterrica que revivió de un choque tremendo cuando lo dábamos por muerto, pues juro que no tenía actividad cerebral, y una madrugada abrió los ojos. No sé. Después llegó la ambulancia, Paula lloraba pero yo no podía mirarla. Me quiso besar la mano con el barbijo puesto pero no la dejamos ni el médico de la emergencia ni yo. Cuando me metieron con la silla en el ascensor, la vi parada con sus rulos rubios adentro de mi casa, sensual hasta para llorar, con ese top negro, mi viuda divina. En la ambulancia ya saturaba bajísimo. Y era obvio que iba directo a terapia. La primera placa dio una neumonía gigante. Me lo dijo el director debajo de su escafandra. Me reía para no llorar, de verdad. Y vino Mechi a pedirme ese video para pedirle a la puta población que se quede en casa. Qué me importaba a mí lo que haga la gente. El asma de chica, los cigarrillos de grande, el triage mal hecho, los guantes rotos. Finalmente lo sabremos. Finalmente, perdón, Mechi, Paula y Alejandra.

 

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+ Info:

Ángeles Salvador nació en Buenos Aires en 1972. Publicó cuentos en diversas antologías y en revistas literarias. Publicó la novela El papel preponderante del oxígeno, Reservoir Books, en 2017 y este año publicará su segunda novela.