La lista de exceptuados (2 de 8)
Me habían mandado, por reconocimiento a una entrevista que había causado revuelo en la campaña electoral, a hacer “La ruta del whisky” a Escocia.
-El whisky es cultura.- me dijo el jefe de redacción. -No hace falta visa, te vas mañana. Salí al día siguiente en primera clase de British Airways hasta Londres con escala en Madrid. No dormí en toda la noche de la excitación. La ruta del whisky era aquella que unía las fábricas del scotch más inconcebiblemente rico y paladeado del mundo entero. Para un bebedor como yo, con ínfulas de sommelier (un curso de barman en la casa del hermano de Sonia) era el paraíso del mambo. Al día siguiente tomé otro vuelo hasta Escocia. Nos llevaron en un bus por los eternos campos azules, pero de Escocia, hasta el castillo de Chivas Regal en Keith. Pero me dormí y no pude mirar el paisaje infinito las Highlands. Luego almorzamos con whisky en un comedor medieval, sopas y salmón. Después de la sobremesa nos llevaron a ver las barricas felices. Y por la tarde tomamos más whisky al lado del río en rocas de hielo ribereño. La curda era exponencial. Por la noche nos dieron unas kilts para la gala. Me puse mi kilt pesada, viril, y me sentí un guerrero. Terminé girando locamente y disfrutando el revoleo de mi falda entre whiskies y guirnaldas, en un baile con escoceses y escocesas. Y con Molly.
Volví a la habitación a esperar a Molly, se parecía a Victoria Abril; había bailado conmigo hasta el abrazo y me había dicho que pasaba un momentito por la suya antes de venir a la mía. En ese momento me empezó a mandar audios Sonia diciendo que me vuelva a Buenos Aires, que iban a cerrar los aeropuertos por el coronavirus, que se lo había dicho su padre cirujano. Para Sonia su padre es dios porque es cirujano. Y para el padre, también. Molly no venía. Conseguí su número de habitación en conserjería, -para algo soy periodista, me impresioné a mi mismo-. Llamé a la puerta y abrió, dijo unas incoherencias, o tal vez unas lucideces, en algún dialecto sajón, pero no la entendí. Le tiré un beso castellano, me volví a mi habitación y me dormí.
A la mañana siguiente, en el salón del desayuno, estaba Molly con un plato de huevos sin tocar y mandando audios con cara de consternación. Opté por hacerme yo también el consternado mirando en la tv como una soprano entonaba Bella Ciao asomada a un balcón de un condominio de Bérgamo. Me serví café negro, y para cortar la turba, una cerveza helada que estaba en un minibar olvidado del otro lado del salón. Tenía pensado recorrer cuatro destilerías más para compensar la nota, y para que no se note tanto cuánto me había seducido Chivas con su opulencia pagada de sí misma. Para seguir emborrachando mi corresponsalía un día más.
Sonia llamó demasiado alterada y me dijo que su padre le había dicho que iban a cerrar las fronteras de Argentina. Llamé a mi editor y me dijo que no era tan así, que sea como sea me traían de vuelta. Molly se levantó de su mesa, totalmente resacosa, y me dieron ganas de decirle “Loca, rajemos que se acaba el mundo”. Mi madre, la madre de Sonia, mis hermanas, todos, empezaron a escribirme para que me vuelva. Empezaron a mandarme videos de Italia y España, escalas logarítmicas y la palabra cuarentena hasta el hartazgo y videos de góndolas vacías en el Coto por whatsapp. En el Reino Unido, me advertían, el primer ministro planeaba inmunizar a toda la población. Pero con los gráficos en la mano, había decidido recular. Perdiendo imagen a su lado, estaba el Príncipe Carlos, infectado del corona. Así que se canceló el tour y la organización de la ruta del whisky distanció su hospitalidad y presupuesto y se despidió con una reverencia, no sin antes pedirme que ponga la kilt en la bolsa de la lavandería del hotel y la deje en recepción.
Me fui a Keith en micro, y de ahí a Aberdeen, para volver a Londres y tomar el vuelo a Buenos Aires. Cuando aterrizamos, al atardecer, en el aeropuerto de Gatwick, encendí el teléfono y entró una llamada de mi editor:
-Andate frente a la clínica en la que internaron a Boris Johnson. ¡Atención!, si el tipo llega a morir sacás todas las fotos del mundo. Y estate atento al momento en que el tipo muera para salir al toque. Atento, que tenes prioridad con audio y con imagen. Y me cubrís todo el movimiento alrededor. Capaz que tenemos suerte y se muere la reina.
-Pero escuchame una cosa, ¿cómo es el tema de mi vuelta?
-No, no hay vuelo ahora.
-¿Y entonces? ¿Y el hotel?
-Vos tranquilo allá con la cobertura. Fijate si ves algún tipo de Reuters. El Boris está jodido posta. Ojo, creo que sos el único cronista argentino ahí. Atenti, de paso, que está contagiado el Príncipe Carlos, también. A las cinco mandame webcam, un audio aparte para podcast y escribime cien líneas con el color. ¡Pará! Llamalo a Mc Kelly a ver si te consigue una foto del tipo en la terapia.
Me había quedado una petaquita de Chivas en el bolsillo del saco, una joyita. La tomé y me tararee la canción de Vera Lynn pero con la música definitiva de The Wall: “We will meet again some sunny day”.
+ Info:
Ángeles Salvador nació en Buenos Aires en 1972. Publicó cuentos en diversas antologías y en revistas literarias. Publicó la novela El papel preponderante del oxígeno, Reservoir Books, en 2017 y este año publicará su segunda novela.